Había empezado mi vida colegial, ahora ya los profesores me trataban de “señor”, había cambiado de ambiente con los nuevos compañeros que tenía y se notaba la diferencia en la orientación y ritmo de las actividades académicas.
Entre las novedosas experiencias curriculares del primer curso estaba el acceso al laboratorio de Ciencias Naturales y para rematar la experiencia de chúcaro coincidimos con uno de los años en los que se organizaba la “Casa Abierta”.
No sé si pidieron voluntarios, escogieron a dedo o se basaron en profecías pero terminé siendo parte del grupo encargado de dictar una breve charla demostrativa y explicativa sobre anatomía. Mostrar al público y explicar al detalle los misterios y funciones de las entrañas de un conejo sería mi misión, junto con el Lomas.
El Yanni y el Ojos de Gargajo tenían a su cargo una paloma, María Isabel y alguien más a un sapo, mi primo y otro guambra en cambio diseccionarían a una lombriz de campo, de esas grandes, rosadas y gordas.
La semana de “Casa abierta” pasó rápido, no hubieron clases y las mañanas nos pasábamos recitando a delegaciones de otros colegios el libreto que habíamos aprendido para acompañar a la disección que logramos hacerla bastante bien. Cuatro conejos de práctica y cuatro más para el “show” en serio fueron las bajas totales. Lo mismo pasó con los otros animales. El pobre Lomas fue el “voluntario” que donó los conejos para tener material y salir al paso en la exhibición.
No recuerdo cómo hicimos los días anteriores pero yo sólo acompañé a desechar los restos del animalito de pruebas el último día. Salimos del colegio con el cuerpo inerte y ya tieso del conejo, no tenía nombre, no se nos ocurrió ponérselo a ninguno, de haber sido así habría escogido Arnulfo. El animal estaba en un saco plástico, de esos en los que viene el arroz. Doblamos la esquina, bajamos una cuadra y ya se acabó el adoquinado, avanzamos un par de cientos de metros y ya estábamos en pleno campo.
Estábamos los cuatro: el Lomas, el Yanni, el Ojos de Gargajo y yo. Sólo teníamos un conejo para botar, la paloma ya la habían arrojado en uno de los basureros del colegio, muy pequeños como para dejar ahí a Arnulfo. Distinguimos varias plantas espinosas, altas y con flores moradas, decidimos que ahí dejaríamos el cuerpo, en el espacio central que aparentemente dejaban libre aquellas plantas y arbustos.
Lanzamos el saco con el conejo y antes de que llegue a caer al suelo el Lomas grito un ¡chucha! que capto nuestra atención. Luego sólo vino un “vean cabrones” mientras me halaba la manga del saco y con la quijada pretendía indicar la dirección hacia la que deberíamos mirar.
El Yanni quiso salir corriendo pero se detuvo cuando vio que el resto coincidimos inmutables en acercarnos hacia lo que había hecho gritar al Lomas. No había dudas, al verlo de cerca lo confirmarmos; era un muerto, una persona, un hombre, un cadáver, el cuerpo de un ser humano tirado en el medio de las espinas, sin vida.
Sincronizadamente y sin decir nada lo arrastramos hasta donde había caído el conejo, había espacio, cabíamos cómodamente en el medio de los arbustos espinosos.
- ¿Qué hacemos?
- ¿Avisamos a la Policía?
- No tenemos que decir nada a nadie
- Avisémosle a tu papá que es doctor, tal vez está vivo
- Está más muerto que el conejo
- ¡Vámonos!
Mientras discutíamos lo que deberíamos hacer, el Ojos de Gargajo había abierto su mochila y estaba colocándose el mandil que usó en la casa abierta.
- ¿Qué haces maricón?
- No voy a desaprovechar al muertito
- ¿Puta, qué vas a hacer?
Abrió un paquete de guantes de látex y empezó a ponérselos.
El Yanni ahora sí salió corriendo, el Lomas estaba a punto de llorar, yo cogí la mochila y empecé a buscar mi mandil.
- ¡Marica no llores y ayúdanos!
- ¿Pero qué van a hacer jueputas?
- Lo mismo que toda la semana, es lo mismo, sólo que éste es como un conejo grande y sin pelos.
El Ojos de Gargajo hizo la primera incisión, yo le quité el esternón.