Hoy cumplimos cuatro años de casados. Los últimos ocho meses han sido una revolución completa.
Y es que ahora somos padres, hemos vivido el cambio más fuerte en nuestro matrimonio, ya no somos dos, ahora somos tres… en realidad somos uno solo que ha secuestrado la vida de los otros dos, la vida como la conocíamos.
Ser padres es una experiencia única, alucinante, incomparable en muchos aspectos. Más allá de la emoción que sientes por cada cosita nueva que aprende a hacer tu hijo y de ese amor inevitable que sientes por él, está la verdadera revolución; el trauma que causa su llegada sobre todo cuando te das cuenta que estabas acostumbrado a pensar y vivir egoístamente en un universo de dos personas. La independencia, esa libertad de dos es la más golpeada y la que más se hace extrañar.
Todavía seguimos en la etapa del stress post-traumático, el que confío disminuirá mucho cuando dejemos nuestro apretado nido actual y podamos ocupar el hogar que será propio luego de 300 cuotas mensuales y desaparecerá en no mucho tiempo después del cambio y estará ausente al menos hasta que aparezca otro heredero.
Un hijo es una bendición, es cierto, y todo el mundo te lo dice. Lo que no te dicen los muy malvados es que bajos ciertas condiciones esa bendición también es una de las pruebas más complejas de la resistencia de la relación y del amor entre pareja. Tal vez no te lo dicen porque en realidad no se acuerdan o porque el trauma es tal que prefirieron olvidarlo, en cualquier caso también estoy seguro que llegará el momento en que si no es por este post casi ni nos acordaremos.
Todavía no aceptamos por completo que debemos dejar ir, al menos por un buen tiempo, la vida y los planes que teníamos pero ya casi, casi estamos por llegar a ese punto de abandonarnos por completo y por entero a la causa de nuestro secuestrador. Intentamos aferrarnos con las uñas pero sabemos muy claramente que de nada servirá.
Han sido 8 meses maravillosos y terribles a la vez, enriquecedores y que han puesto a prueba el temple de lo forjado en los años anteriores. Nosotros no somos de decir un “te amo”, no nos convence su teatralidad ni su sonido banal, trillado y telenovelesco. Creemos en el amor pero no en los “te amo”. Y sí, con cada año creo más en el amor, con este año que ha valido por 5 creo aún más en él, creo en ese amor que hoy está materializado físicamente en nuestro hijo, creo en el amor que te revuelve todo, que te lleva al éxtasis más grande pero que también puede torturarte en la más negra oscuridad.
Creo en vos, Joy. Más que nunca creo en vos y espero que te des cuenta que puedes creer en mí y en nuestro amor. No estás sola, no estoy solo… hoy somos tres y de todo esto saldremos más fuertes y mejor parados que nunca.
Si ya sobrevivimos hasta aquí, el resto es papaya
Nadie dijo que iba a ser fácil. ¡Felices cuatro años!